Hace unos días medios de comunicación tanto escritos como digitales y audiovisuales de todo el mundo llevaron a sus portadas y cabeceras de informativos la imagen de un niño sirio fallecido a las orillas de una playa griega cuando trataba de llegar a Europa con su familia huyendo de la sinrazón de la guerra en su país.
También las redes sociales convirtieron en viral esta imagen en cuestión de horas, despertando, así, las conciencias que aún permanecían dormidas en Europa sobre la crisis terrible terrible de los refugiados y también un debate latente sobre la conveniencia de publicar imágenes de niños heridos o fallecidos en conflictos bélicos, accidentes o atentados.
A lo largo de la historia han sido muchos los casos de menores que han puesto rostro a la tragedia, la sinrazón y el miedo que tanto guerras, como atentados y catástrofes naturales sacuden la conciencia humana. El hecho de poner rostro y nombre a estas situaciones podría responder a la necesidad de acercar esta realidad al gran público, pero también pueden despertar en el espectador un morbo macabro que podría desembocar en una recreación malvada en el dolor ajeno.
La niña Omayra, víctima de una inundación en Armero, la joven afgana en un campo de refugiados en Pakistán, la niña herida por la bomba de napalm en guerra de Vietnam y el niño sirio ahogado en Grecia son buenos ejemplos Sobre si existe la necesidad de personificar la realidad más cruda a través de la indefensión e inocencia de los niños.
Sea como sea, la publicación de estas fotografías de niños indefensos, heridos, fallecidos o desamparados han sido, son y serán una herramienta para sacudir conciencias y activar los cerebros de aquellas personas que pueden hacer algo por paliar su situación.
El debate sobre si estas imágenes deben o no ser utilizadas por los medios de comunicación es tan antiguo como ellas mismas y ambas posturas (la que defiende su publicación y la que aboga por velar por respetar el derecho de intimidad del menor y su familia) seguirán contraponiéndose en el futuro con la misma intensidad y argumentos que hasta la fecha, pues es una discusión intrínseca al ser humano que, por un lado quiere conocer la realidad que le rodea, pero, por otro, le cuesta enfrentarse a la sinrazón que, muchas veces, va ligada a estas situaciones.