“Si algún día tienen la oportunidad de cubrir un Premio Príncipe de Asturias serán testigos del mayor engranaje que existe en España en comunicación externa y protocolo”, y el profesor le dio al play de un VHS.
Es un recuerdo vívido de un curso de experto universitario en Protocolo y Relaciones Institucionales del que fui alumna hace bastantes años. Por aquel entonces ya trabajaba en el otro lado de la trinchera, es decir, era una periodista de gabinete, y aquello de cubrir estos premios se me antojaba, sino imposible, muy poco probable.
El pasado 23 de octubre yo estaba sentada en el palco 12, una de las ubicaciones reservadas a la prensa, del Teatro Campoamor de Oviedo, contemplando el que, y ahora puedo decirlo, es el ceremonial mejor diseñado y ejecutado que he tenido oportunidad de ver, y cubrir. Porque sí, una vez más los imposibles se derrumban y las probabilidades juegan, afortunadamente, a favor de uno.
Mi tren llegó a Oviedo el martes 20 de octubre a las 15.00 horas para trabajar como departamento de Comunicación de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, institución que recibía el Premio en la categoría de la Concordia.
A las 16.30 estaba acreditándome en una de las salas habilitadas para el efecto en el Hotel Barceló, donde una cohorte de personal de Comunicación de la Fundación Princesa de Asturias atendía a los medios con puntualidad y personalización. De allí podías salir ya con un bloc reciclado, obsequio de la Fundación, y un cuaderno para periodistas, en el que se informaba absolutamente de cada detalle a tener en cuenta: bios de los premiados, actos oficiales durante la semana, responsables de prensa de la Fundación encargados de cada premiado, orientación para el atuendo apropiado según qué actos, cómo llegar… Una autentica guía de situación, un instrumento fundamental del que se deduce mucho trabajo previo.
A las 18.00 horas, tras terminar las primeras entrevistas para radios y prensa con San Juan de Dios, la Fundación ya nos había organizado una rueda de prensa en el Hotel de la Reconquista, una de las sedes de la semana grande de Oviedo.
Desde ese mismo instante, tres días antes del premio, la previsión, organización y atención de la Fundación para con el departamento de Comunicación de la Orden, es decir, para nosotros, como para con los medios que habíamos de atender fue exquisita hasta el último acto, el ágape que ofrecieron los Reyes al término de la entrega.
En el transcurso de la semana tuve oportunidades increíbles, como la de decirle a Rosa María Calaf que, en parte gracias a ella, y a sus conexiones micro en mano, he construido conceptos como Chechenia o Berlusconi en mi cabeza; o felicitar a Leonardo Padura y agradecerle que fabricara un Mario Conde distinto al que los españoles conocemos; o reencontrarme con Pablo Pineda y que me reconociese de una vez que hablamos en Málaga; o saludar al Padre Ángel, de Mensajeros de la Paz, sabiendo que horas antes estaba repartiendo ayuda humanitaria a los refugiados sirios en la frontera…
Vivir para ver. Bueno, no: vivir para contar. Porque, al final, esto es lo nuestro.