¿Informar o emocionar? ¿Tandem o lucha de contrarios?

Sin duda la pandemia de la COVID-19 nos ha dejado a todos muchos aprendizajes: en nuestra vida personal; en nuestro modo de relacionarnos; en la manera de trabajar; de educar a nuestros hijos;  incluso en cómo nos planteamos la vida, el momento, el ahora, al menos durante los meses que hemos estado confinados, ya que la nueva normalidad  nos está devolviendo antiguas cosas que ya eran y son normales.

También en el ámbito de la comunicación, y sobre todo en una sociedad como la actual en la que la sobreinformación está a la orden del día, el aprendizaje ha sido enorme. Y es aquí donde pienso que uno de los aspectos que se nos ha puesto sobre la mesa con más fuerza es que la información sin emoción no es nada. 

Muchos leerán estas líneas y me dirán que dónde queda la objetividad, la neutralidad para contar las cosas, la asepsia (sí, también aquí, pongámosle mascarilla y guantes a lo que contamos), pero es que pienso que una cosa no está reñida con la otra. Se puede informar y emocionar siendo riguroso, y se puede informar y emocionar dependiendo del canal que utilicemos para ello.

Piensen por un momento. Al margen del parte informativo de Fernando Simón o a la comparecencia a la que Pedro Sánchez nos tenía acostumbrados cada semana y que esperábamos con la misma incertidumbre, casi, que los avances del coronavirus ¿Cuáles han sido las noticias más leídas en este tiempo? ¿Las historias más compartidas en redes sociales? ¿Lo que ha generado más fake news (sí también esto es una vara de medir la popularidad de un hecho o una información)?

Pues sí, han acertado (y si no, pues ya se lo digo yo) aquellas que nos emocionaban, que nos contaban que los policías habían ido a aplaudir a los sanitarios; las de los vecinos poniéndose cara, echándose un cable, haciendo vida en los balcones; las de las historias en las azoteas o detrás de las mascarillas con días de guardia sin ver a la familia; las de los pasillos de los hospitales que se podían contar con cuentagotas; las de los rostros de felicidad de los pacientes al ver por vídeollamada a sus familiares; y sí, también las del sufrimiento en el rostro de los médicos y enfermeros; de nuestros políticos, incluso, al comunicar cómo crecía el número de fallecidos; porque por supuesto han sido muchas las malas noticias. 

Precisamente, uno de los grandes debates generados en nuestro país es que no se ha mostrado, como debería, en los medios de comunicación, a los enfermos de la pandemia, que no se le ha puesto cara a los muertos.  Son muchos los que piensan que, de haber sido así, ahora la gente sería más responsable y se pondrían más la mascarilla, guardarían más la distancia social y le temerían más al virus. Juzguen ustedes mismos, porque eso sería un amplio y complicado debate, que dejaremos para otra ocasión, pero que también está cargado de emoción. 

Es curioso que la primera acepción en el diccionario de la RAE para la definición de la palabra ‘comunicar’ es:  ‘hacer a una persona partícipe de lo que se tiene’, algo que, permítanme mi atrevimiento, tiene mucho que ver con la empatía. Y es que, al final, se trata de eso, de ponernos en el  lugar del otro, también en las informaciones. Cuanto más cercanas sean más nos llegan. 

Y esto no significa que a todos haya de interesarnos lo mismo, pero sí que si lo que a mí me interesa alguien es capaz de contármelo con emoción, seguramente me llegará más adentro y más profundo que si es una información a secas. 

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